3/08/2009

Fernando Pessoa: Disfraz tras disfraz. (1888 - 1935)


Poeta portugués de gran calidad. 
Se desempeñó en diversas áreas como traductor, publicista, comerciante…
Su característica fundamental: creador de heterónimos. Esta técnica consiste en inventar personajes, dotándolos de vida propia e independiente al autor. Es más, estos seres ficticios logran destacarse en circunstancias literarias, intelectuales y políticas articulando acciones absolutamente asombrosas. A esto, Pessoa motivó el nacimiento de múltiples sujetos, destacándose la figura de Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos. Ortónimo es quien crea a estos individuos. Sus principios y definiciones lexicográficas tienen una coyuntura en lo profundamente simbólico y modernista. A su vez, posee antecedentes filosóficos y religiosos bastante nítidos.

Breve muestra


Fernando Pessoa

AUTOPSICOGRAFÍA

El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que de veras siente.

Y quienes leen lo que escribe,
Sienten, en el dolor leído,
No los dos que el poeta vive
Sino aquél que no han tenido.

Y así va por su camino,
Distrayendo a la razón,
Ese tren sin real destino
Que se llama corazón.

NAVIDAD

Un Dios ha nacido. Otros mueren. La realidad
Que no ha venido ni se ha ido: un cambio de Error.
Tenemos ahora otra Eternidad,
Y siempre lo pasado fué mejor.
Ciega, la ciencia trabaja en el inútil suelo
Loca, la Fé vive el sueño de su culto.
Un nuevo Dios es una palabra -o un nuevo sonido
No busques ni tampoco creas: todo está oculto.


Ricardo Reis

ODA 

Para ser grande, sé entero: nada
Tuyo exageres o excluyas.
Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres
En lo mínimo que hagas,
Por eso la luna brilla toda
En cada lago, porque alta vive.

ODAS

Viven en nosotros innúmeros;  
Si pienso o siento, ignoro  
Quien es que piensa o siente.  
Soy tan sólo el lugar  
Donde se sienta o piensa.  

Tengo más almas que una.  
Hay más yos que yo mismo.  
No obstante, existo.  
Indiferente a todos.  
Los hago callar: yo hablo.  

Los impulsos cruzados  
De cuanto siento o no siento  
Disputan en quien soy.  
Los ignoro. Nada dictan  
A quien me sé: yo escribo.


Álvaro de Campos

TABAQUERÍA

No soy nada. 
Nunca seré nada. 
No puedo querer ser nada. 
A parte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo. 
Ventanas de mi cuarto, 
De mi cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe 
quién es 
(Y si supiesen, ¿qué sabrían?), 
Dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente, 
A una calle inaccesible a todos los pensamientos, 
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta, 
Con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres, 
Con la muerte que mancha de humedad las paredes y hace 
blancos los cabellos de los hombres, 
Con el Destino que conduce la carroza de todo por el camino de 
nada. 
Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad. 
Estoy hoy lúcido, como si estuviese por morir, 
Y no tuviese más hermandad con las cosas 
Que la de una despedida, tornándose esta casa a este lado de la 
calle 
La hilera de vagones de un tren, y el silbido de una partida 
Dentro de mi cabeza, 
Y una sacudida de mis nervios y un chirriar de huesos al arrancar. 
Estoy hoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó. 
Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo 
A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera, 
Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro. 
Fallé en todo. 
Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuese nada. 
El aprendizaje que me dieron, 
Descendí por la ventana trasera de la casa. 
Fui al campo con grandes propósitos. 
Pero allí sólo encontré yerbas y árboles, 
Y cuando había gente era igual a la otra. 
Me retiro de la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de 
pensar? 
¿Qué sé yo lo que seré, yo, que no sé lo que soy? 
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa! 
¡Y hay tantos que piensan ser la misma cosa que no puede haber 
tantos! 
¿Genio? En este momento 
Cien mil cerebros se piensan en sueños genios como yo, 
Y la historia no señalará, ¿quién sabe? ni a uno, 
No habrá sino un muladar para tantas futuras conquistas. 
No, no creo en mí. 
¡En todos los manicomios hay tantos locos deschavetados con 
tantas certezas! 
Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto? 
No, ni en mí... 
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo 
No están en esta hora genios-para-sí-mismos soñando? 
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas— 
Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—, 
Y quién sabe si realizables, 
¿Nunca verán la luz del sol real ni hallaran oídos de nadie? 
El mundo es de quien nace para conquistarlo 
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga 
razón. 
He soñado más que Napoleón. 
He abrazado contra el pecho hipotético más humanidades que 
Cristo. 
Hice filosofías en secreto que ningún Kant escribió. 
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla, 
Aunque no viva en ella; 
Seré siempre el que no nació para esto, 
Seré siempre sólo el que tenía cualidades; 
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie 
de una pared sin puerta, 
Y cantó la cantiga del Infinito en un gallinero, 
Y escuchó la voz de Dios en un pozo cegado. 
¿Creer en mí? No, ni en nada. 
Que me derrame la Naturaleza sobre la cabeza ardiente 
Su sol, su lluvia, el viento que me despeina, 
Y lo demás que venga si viene o que tenga que venir, o que no 
venga. 
Esclavos cardíacos de las estrellas, 
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama; 
Pero nos despertamos y él es opaco, 
Nos levantamos y es ajeno, 
Salimos de casa y es la tierra entera, 
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido. 
(Come chocolates, niña; 
¡Come chocolates! 
Mira que no hay más metafísica en el mundo que la de los 
chocolates. 
Mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería. 
¡Come, niña sucia, come! 
¡Si pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que tú 
los comes! 
Pero yo pienso y, al quitarles el papel plateado, que es de estaño, 
Arrojo todo al suelo, como tiré la vida.) 
Pero queda al menos de la amargura de lo que nunca seré 
La caligrafía rápida de estos versos, 
Pórtico hendido hacia lo Imposible. 
Pero al menos dedico a mí mismo un desprecio sin lágrimas, 
Noble al menos por el gesto amplio con que arrojo 
La ropa sucia que soy, sin motivo, para el decurso de las cosas, 
Y me quedo en casa sin camisa. 
(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas, 
O diosa griega, concebida como estatua con vida, 
O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta, 
O princesa de trovadores, gentilísima y colorida, 
O marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante, 
O cocotte célebre del tiempo de nuestros padres, 
O no sé qué moderno —no concibo bien qué—, 
Todo eso, sea lo que fuera, lo que sea, si puede inspirar ¡qué 
inspire! 
Mi corazón es un balde vacío. 
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco 
Me invoco a mí mismo y nada encuentro. 
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta. 
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan. 
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan, 
Veo los perros que también existen, 
Y todo esto me pesa como un condena al destierro, 
Y todo esto es extranjero, como todo.) 
Viví, estudié, amé y hasta creí, 
Y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por no ser yo. 
En cada uno miro los andrajos y las llagas y la mentira, 
Y pienso: tal vez nunca hayas vivido ni estudiado ni amado ni 
creído 
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer 
nada de eso); 
Tal vez hayas existido apenas, como un lagarto a quien cortan 
la cola 
Y que es cola más acá del lagarto que se retuerce. 
Hice de mí lo que no supe, 
Y lo que pude hacer de mí no lo hice. 
Vestí un disfraz equivocado. 
Me tomaron enseguida por quien no era, y no lo desmentí, y me 
perdí. 
Cuando quise arrancarme la máscara, 
Estaba pegada a la cara. 
Cuando la arrojé y me vi en el espejo, 
Ya había envejecido. 
Estaba borracho, y no sabía vestir el disfraz que no me había 
quitado. 
Arrojé la mascara y dormí en el vestidor 
Como un perro tolerado por la gerencia 
Por ser inofensivo 
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime. 
Esencia musical de mis versos inútiles, 
quién pudiera encontrarte como cosas que yo hice, 
Y no quedarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente, 
Pisoteando la conciencia de estar existiendo, 
Como un tapete con el que tropieza un borracho 
O la esterilla que los gitanos roban y no vale nada. 
Pero el Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta y se quedó 
en ella. 
Lo miro con la incomodidad de la cabeza torcida 
Y con la incomodidad de una alma que mal entiende. 
Él morirá y yo moriré. 
Él dejará el letrero, yo dejaré versos. 
Y un día morirá el letrero y también mis versos. 
Después morirá la calle donde estuvo el letrero, 
Y la lengua en que fueron escritos los versos. 
Morirá después el planeta girante en que todo esto sucedió. 
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como nosotros 
Continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de las 
cosas como letreros, 
Siempre una cosa frente a otra, 
Siempre una cosa tan inútil como la otra. 
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real, 
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño del 
misterio de la superficie, 
Siempre ésta o aquella cosa o ni una ni la otra cosa. 
Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿a comprar tabaco?), 
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí. 
Me incorporo a medias enérgico, convencido, humano, 
Y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario. 
Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos 
Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos. 
Sigo el humo como mi camino, 
Y gozo, en un momento sensitivo y adecuado, 
La liberación de todas las especulaciones 
Y la conciencia de que la metafísica es la consecuencia de una 
indisposición. 
Después me reclino en la silla 
Y sigo fumando. 
Seguiré fumando hasta que el Destino me lo permita. 
(Si me casase con la hija de mi lavandera 
Tal vez sería feliz.) 
Visto esto, me levanto de la silla. Me acerco a la ventana. 
El hombre salió de la Tabaquería (¿guarda el cambio en el bolsillo 
del pantalón?). 
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica. 
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.) 
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y me vio. 
Hizo una señal de adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo 
Se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la 
Tabaquería sonrió.


TODAS LAS CARTAS DE AMOR SON RIDÍCULAS...

Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.

También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas. 

Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas. 

Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
sí que son
ridículas. 

Quién me diera el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas. 

La verdad es que hoy mis recuerdos
de esas cartas de amor
sí que son
ridículos. 

(Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente
ridículas).


Alberto Caeiro

YO NUNCA GUARDÉ REBAÑOS 

Yo nunca guardé rebaños,
pero es como si los guardara.
Mi alma es como un pastor,
conoce el viento y el sol
y anda de la mano de las Estaciones
siguiendo y mirando.
Toda la paz de la Naturaleza a solas
viene a sentarse a ni lado.
Pero permanezco triste, como un atardecer
para nuestra imaginación,
cuando refresca en el fondo de la planicie
y se siente que la noche ha entrado
como una mariposa por la ventana.

Pero mi tristeza es sosiego
porque es natural y justa
y es lo que debe haber en el alma
cuando piensa que ya existe
y las manos cogen flores sin darse cuenta.

Con un ruido de cencerros
más allá de la curva del camino
mis pensamientos están contentos.

Pensar molesta como andar bajo la lluvia
cuando el viento crece y parece que llueve más.

No tengo ambiciones ni deseos.
Ser poeta no es una ambición mía.
Es mi manera de estar solo.









   


1 comentario:

MasielZagal dijo...

puchas que eres pastel, poeta!!!
algún día dejaré de quererte