5/09/2008

Juan Luis Martínez

Juan Luis Martínez

Poeta vanguardista y artista visual.
Nace el 7 de julio de 1942 en Valparaíso y muere en Villa Alemana el 29 de marzo de 1993.

Su padre fue gerente de una compañía de vapores y su madre una sofisticada señora conservadora. Abandonó sus estudios secundarios para desplazar sus intereses al arte poético y visual. Es característico de Martínez plantearse cuestionamientos en torno a los objetos y la palabra y esto gatilla, como veremos más adelante, la publicación de su obra más notable “La Nueva Novela”.

Martínez enlaza un estrecho vínculo con poetas a la categoría de Raúl Zurita, Enrique Lihn, Nicanor Parra, José Donoso, Pedro Lastra, etc, quienes le guiaron en su trayectoria artística.[1] Sin embargo su imagen se ve fuertemente criticada tanto por su rebelde aspecto (muchacho vestido pobremente y de cabello largo) como también por su vida bohemia, frecuentando a temprana edad ciertos locales nocturnos de Valparaíso. No obstante Martínez es un autodidacta y ve en la poesía (cargada de aspectos metafísicos; pasajes satíricos y burlescos de los poetas surrealistas y la muy clara yuxtaposición entre lo estrictamente objetual con la palabra) un conducto necesario para exponer sus propuestas.

Entre ellas podemos destacar la autoría de la transindividual que pretende superar la técnica de la intertextualidad: transformación de los textos que se procesan en el mismo organismo. A esto Martínez plantea la negación de la existencia de las individualidades bajo un mismo nombre, esto significa, es pero no es: “...la eternidad incesantemente recompuesta de un jeroglífico perfecto, en el que hombre jugaría a revelarse y a esconderse a sí mismo...” Ilustremos, dentro de la misma línea, un pasaje Erick Pohlhammer que ejemplifica esta contrariedad en virtud de ser fiel reflejo de esta técnica: “Las llamas del amor ya no llaman”.

Otra de las propiedades que cultiva Martínez es la escritura que carece de significado, pero que es total y puramente encomiable. Recordemos que muchos de los poemas de Rodrigo Lira parecen no sujetarse a una hilaridad y conforman un mero juego poético. Por ejemplo en el poema “4 tres cientos sesenta y cincos y un 366 de once” ganador del concurso literario de la revista “La bicicleta”[2] en el año 1979, especifica al centro del poema lo siguiente:

“-está la historia
-están las bayonetas de la historia bajo las banderas de la historia
-está la sangre en las bayonetas de la historia bajo las banderas de la historia
coagulada ya, reseca, más bien yesca
yesca de sangre sobre las bayonetas de la historia bajo las banderas de la
historia -de lo que queda atrás
(no fumar, peligro grave de incendios, demasiada yesca
-sangre seca- atrás)
Nada tampoco ni hacia arriba ni hacia abajo ni hacia adentro ni hacia afuera
nada hacer, no hacer nada” (p. 36)


Si bien en este poema Lira pretende encarnizar por medio de las palabras el espeluznante ámbito de la urbanidad, la contemplación de sus avances y la agitación de pequeñas referencias cotidianas como el juego de la “Polla Gol” y el chocolate marca “Serrano” (elementos tomados a raíz de la observación empírica y que muchos del mismo modo las incluyen en sus creaciones como A. Fuguet, Parra, Jorge Arturo Flores, etc) cae por desgracia en la disgregación contextual perturbando en el lector el norte del poema. Sin embargo Martínez, contemporáneo de Lira, confecciona y presenta sus trabajos con total rigurosidad manteniendo coherencia y cohesión. A pesar de que sus escritos contengan significante y no significado es perfectamente válido. F. De Saussure (exponente máximo de la lingüística general) explica la arbitrariedad del signo por medio de una metáfora: “el significante es el anverso y el significado el reverso de una lámina.” Martínez es el anverso pero carece de reverso lo que constituye un “lenguaje vacío” y en rigor, asemántico. Utiliza un lenguaje que no posee significados, pero que de la misma manera, es posible puesto que está circunscrito en un sistema cerrado y tiene las propiedades de un sistema que lo hace posible.

Por cuanto a Rodrigo Lira es por muchos un aporte al mecanicismo poético chileno, para otros, sólo se destaca por la acción de acabar con su vida. En este sentido Lihn confiesa: “Dicho sea sin olvidar que este libro de poesía /antipoesía constituye, antes bien, el esfuerzo de una escritura desesperada por pensar y pensarse a sí misma en el contexto incorporado de una ominosa realidad colectiva, sin teorizaciones consoladoras, desechando las mitologías que cumplen con esa misma función, haciendo un contraarte de la fealdad de hechos computados” (p. 21)

Su obra más emblemática es “La Nueva Novela” (1977)[3] que recoge diversos elementos: citas afectivas, enigmáticas, imaginativas, imágenes fotográficas, etc. Sin embargo y por desgracia, no se precisa a ciencia exacta cuál es el propósito o el fin último de este libro, pues contiene una heterogeneidad de factores que operan inexorablemente a varias interpretaciones. El mismo Martínez declara: “Es inútil. No nos entendemos”.
Como consuelo debemos agregar que es una obra que pretende prolongarse en el tiempo y que se sitúa en un momento pretérito y presente y que sólo por medio del análisis estructural y de lectura exhaustiva podremos descubrir para dónde apuntan sus dardos. Por ahora conformémonos con que es la obra más relevante de la poesía chilena contemporánea del siglo XX.




OBRAS:

La poesía chilena. Santiago de Chile: Ediciones Archivo, 1978. 40 p.

La nueva novela. Santiago: Eds. Archivo, 1985. 147 p.

Poemas del otro: poemas y diálogos dispersos. Santiago de Chile: Eds. Universidad Diego Portales, 2003. 113



[1] Si bien es cierto que sus influencias no están del todo claras (fundamentalmente porque Juan Luis Martínez se mantuvo distanciado de todo círculo literario, académico u otra índole, lo que supone el rechazo a ser entrevistado y, por ende, la escasa cobertura informativa de sus antecedentes personales) debemos nombrar, además de los pocos poetas amigos que cruzó cierta simpatía, escritores emblemáticos de la literatura universal: Franz Kafka, J. Cortázar, Rabelais. Sin embargo debemos reconocer que Martínez se alimentó por su propia cuenta de aprendizajes artísticos y, probablemente, sea un craso error afirmar tajantemente sus gustos literarios por aquellos íconos de la literatura.
[2] En esta convocatoria tuvo como jurados a varios integrantes reconocidos dentro del circuito literario nacional teniendo como referente principal a Enrique Lihn. Éste, además de ser amigo o tal vez enemigo de Lira, fue el responsable de compilar “Proyecto de obras completas” (1983)
[3] En este mismo año Lihn publica su obra: “París, situación irregular”. Dos años más tarde Raúl Zurita lanza al mercado “Purgatorio” y Parra editó según la crítica especializada la mejor de sus obras: “Sermones y prédicas del Cristo de Elqui”

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