LA REALIDAD DE LA POBREZA CHILENA
Mi madre, quien trabaja cerca de cincuenta horas semanales en una casa de profesionales de medio pelo, llegó a la casa advirtiéndome que en el refrigerador hay Yogurt; que las hijas de sus patrones lo habían desperdiciado, pues no era de su preferencia. Lo probé y no causó mayor impacto en mí. Inmediatamente recordé una tarde (tarde que desempeñaba mi tiempo en actividades académicas) que había observado en la calle a una mujer de avanza edad proporcionándole a su pequeño hijo un brebaje desconocido y que en cuyo recipiente me fue bastante singular: una lata de durazno en conserva. Ahora pregunto, ¿qué más se puede esperar si mientras un niño se alimenta de manera inhumana, a vista de toda sociedad, con la cara y las manos sucias y dos perros a su alrededor y mientras otros, teniendo todo lo básico para vivir (y a veces más que lo básico) rechazan un alimento que para otros de su misma edad sería el mejor festín? ¿qué tan delgada es la línea que separa la comodidad corriente de la pobreza? Y ¿qué podemos hacer para revertir este asunto?
En rigor, creo que podemos hacer poco al respecto, ya que la pobreza (lamentablemente) ha crecido notoriamente en estos últimos tiempos y más aún cuando en el actual Gobierno se dispuso tomar medidas “parches”para mitigar problemas de transporte, telecomunicaciones, educación, agropecuarios, entre otros, afectando la economía de los chilenos, esto es, los precios más altos de los productos más demandados como la leche, el pan etc. Examinemos: Una familia compuesta por cuatro integrantes (familia normal) tiene un ingreso fijo y directo de 180 a 200.000 mil pesos aproximadamente[1]. Este dinero alcanza para el alimento del mes (llenar la despensa), pagar las cuentas (agua, luz, teléfono, gas, dividendo y cable en gran parte de los sectores, del mismo modo saldar deudas de las casas comerciales), la educación de los hijos[2], ropa, salud y ciertos lujos que no figuran en la lista del mes. De este menú se sirve la clase media. Naturalmente resulta innecesario abordar la situación socioeconómica de la clase alta, pues el punto neurálgico no radica en ella, además no es nuestro objeto de interés en este ensayo. Volviendo al tema conviene nuevamente preguntar, ¿qué ingreso recibe una familia de cuatro personas o más que vive en la calle?
Lógicamente una familia que vive en la calle no posee bienes materiales y sólo dispone de recursos miserables para construir una artesanal y a veces denigrante vivienda: recoge cartones, planchas de lata, colchones deteriorados y frazadas viejas. Con estos materiales soportan el frío, la lluvia, el calor, fuertes ráfagas de viento y todo esto acompañado de hambre y sed. Por las mañanas cada uno hace lo suyo: los niños con la cotona café puesta durante todo el día, son enviados al colegio municipal[3] y los padres destinan todo el día recogiendo desechos para luego cambiarlos por dinero. Y como la recolección muchas veces no es del todo satisfactoria, deciden colocarse en los lugares con mayor influencia de público para limosnear y conseguir otro tanto para que llegada la noche, la familia reunida disfrute de un kilo de pan duro, una bolsa de leche en polvo Purita Cereal, una caja de té, un kilo de azúcar y medio de fiambre lisa o cervecero. Si sobra algún peso, los padres lo destinan en cualquier vicio: una petaca de licor barato o un paquete de cigarrillos barato (que la mayoría de estos son contrabandeados, por lo tanto, alcanza una o a veces dos). Hora de dormir, los niños acostados y con un par de perros quiltros en sus pies (así como medida de calor reemplazando la tradicional bolsa de agua o como comúnmente se conoce “el guatero”) y los señores cubren con unos delgados cartones el exterior del refugio. Y así sucesivamente éstas otras tantas familias de la calle viven actualmente: de la miseria, de la suerte, del riesgo, del sufrimiento, de la incertidumbre y de la necesidad. No tienen nada que los apoye directa y desinteresadamente[4] (como se cree pensar), no tiene acceso a derechos básicos como a un baño de agua, a un lugar donde pueden orinar y defecar tranquilamente, a una mesa y unas sillas donde puedan instalarse a comer y a tener una mínima privacidad como todo ser humano.
Es cierto que tenemos la existencia y el raciocinio, el lenguaje y la comunicación, fortalezas y virtudes pero, ¿dignidad y cultura? ¿derechos y deberes? ¿Qué ocurre con éstas dos últimas dualidades?
La verdad es que rara vez las personas se preocupan por esto, por pensar en los demás y sólo se acuerdan que existen seres forzosamente integrados en la sociedad (ya que ni siquiera son denominados habitantes y ni siquiera son tomados en cuenta para algún consenso) únicamente cuando, o los noticiarios anuncian la muerte de algún mendigo que a raíz de una hipotermia, fue encontrado en una banca de la plaza central de la ciudad, o cuando ciertos reportajes abarcan este tema mostrando la realidad de estos individuos
(naturalmente es obvio enfatizar que estos programas ganan un buen porcentaje de televidentes con estos programas, de tal manera, es una excelente idea captar la atención del público con imágenes y desgracias de otros).
Mi intención no es que, a la brevedad, corran en auxilio a estas personas, tampoco que se integren a asociaciones que cubran esta debilidad (en realidad si gustan tienen todo el derecho de hacerlo). Fundamentalmente mi objetivo es que entren en conciencia con este problema que nos concierne a todos, sin distinción de nadie, dado que en cualquier momento podemos vernos envuelto en esta situación y seremos nosotros ahora los protagonistas de esta cruda realidad. Por ello, cuando alguien nos pida una moneda[5] o cuando sintamos el fuerte aluvión de invierno (ese aluvión tan placentero que nos duerme de inmediato por las noches), sólo destinemos un momento a la reflexión, compartamos entre todos una conversación en torno a este tema y busquemos posibilidades de combatir este asunto, nuestro asunto, pues como ahora disfrutamos de un rico café y unas tostadas con mantequilla, mañana quizás comeremos un pan duro y tomaremos una especie de agua color té, sin azúcar y con la misma ropa de hace un mes.
[1] Según las últimas cifras abordadas por el INE en el consenso del año 2004.
[2] Si se tratase de una educación superior, y más aún de una Universidad o Instituto privado, el ingreso indefectiblemente es mayor y los gastos extras quedarían reducidos hasta el punto de mantener una equidad suficiente y propicia a tan altos estándares de exigencias.
[3] Por suerte allí, además de recibir un ligero conocimiento educativo, son atendidos con seguridad durante gran parte del día. Por consiguiente, reciben lo que no pueden obtener por parte de sus padres: desayuno, almuerzo y frutas al retirase del establecimiento, lo que beneficiosamente el colegio se transforma en el segundo hogar… ¿o el primero deberíamos añadir?
[4] Digámoslo de una vez, el Gobierno reacciona a la crisis de los pobres sosteniendo que “formula constantemente planes que permitan solventar las condiciones nefastas que los indigentes y las familias pobres del país sufren día a día, por lo que se están organizando comisiones y brigadas comunales brindando alimento, ropa y artículos necesarios para sobrevivir”. Sin embargo los resultados dejan bastante que desear. Sólo con preguntar a cualquiera de la calle si efectivamente ha recibido ayuda del Gobierno o de la Municipalidad y la respuesta siempre será la misma: NO (con esto podemos explicar para donde van los recursos destinados a estas causas: flamantes automóviles último modelo, dos casas, por no advertir mansiones, en la ciudad más dos en la playa y una en el campo, buen asado familiar los domingos, etc). A lo más pueden indicar que ciertos alumnos de Universidades imperiosamente católicas o de colegios bien acomodados, a menudo, visitan las calles con el propósito de distribuir café y pan. Tal vez sea loable la voluntad de estos muchachos, no obstante, representar a una corporación y señalar públicamente que “vienen de tal o cual entidad” me parece que el propósito, más que en ayuda, sea con fines lucrativos y ventajosos para la corporación que representan y los integrantes sean meros anzuelos de esta gran pesca. Propongo la idea de ayudar sin representar a nadie, ni siquiera añadir que ayudamos, pues mantendríamos la sensatez y la cordura mental y no en la presunción como muchos suelen hacerlo.
[5] Seré franco. La imagen publicitaria impuesta por la religión católica de un pobre sonriendo cuando un señor le da una moneda y, supuestamente con esto, está ayudando a Jesús Cristo, me parece un pretexto para acercar a más miembros al dogma religioso y lo pero aún, están utilizando la imagen religiosa tan valiosa para las culturas de Medio Oriente. A mi juicio, no significa que ayudar a un desamparado constituya ayudar a Jesús Cristo, ni tampoco esté aportando con alguna religión o secta. Y si mal no recuerdo la misma Biblia (ésa que tanto ha dado que hablar) enseña a sus creyentes que deben ayudar sin obtener beneficio alguno, ayudando casi de manera anónima a las causas más importantes, pues así se ganarán un lugar en el Cielo. Pero como la Iglesia y las mayoría de la religiones creen sostener una verdad absoluta, prefiero no continuar. Solo destacar que anualmente los miembros de la Iglesia católica invierte el 1% de la rentabilidad de sus seguidores y ese porcentaje va destinado a la pobreza, es decir, a la construcción de hogares, pensiones, centros de rehabilitación, comidas, prendas de vestir, etc. (De hecho prometen soluciones muy alentadoras como televisión satelital, sala de juegos totalmente equipada, baños con los respectivos calefón y tertulias magistrales por las noches) La televisión y toda su gama de artista y rostros- faranduleros conocidos por los telespectadores, anima a la gente en ayudar con la pobreza, en contribuir con una buena suma de dinero a la cuenta corriente y de colaborar inscribiéndose como socios activos de un hogar (no diré nombre, sólo hogar): ¡Vamos si son sólo cinco mil pesos! ¡Ayúdanos con esta linda causa! ¡Yo ya me inscribí! ¿y tú?- persuaden los animadores de televisión. Sin embargo aseguro que nunca se han inscrito, sólo una falacia mal dirigida y poco elocuente y peor aún, esos centros y todo el dinero invertido, son una vergonzosa estafa, ya que para hospedar allí tienen que pagar una determinada cantidad de dinero, día a día, sin derecho a nada y con un espacio notoriamente reducido, con un televisor para cientos de indigentes y con literas inestables y sucias. ¿Y ESO ES DIGNIDAD, Y ESO ES AYUDA Y ÉSE ES EL 1%?
Mi madre, quien trabaja cerca de cincuenta horas semanales en una casa de profesionales de medio pelo, llegó a la casa advirtiéndome que en el refrigerador hay Yogurt; que las hijas de sus patrones lo habían desperdiciado, pues no era de su preferencia. Lo probé y no causó mayor impacto en mí. Inmediatamente recordé una tarde (tarde que desempeñaba mi tiempo en actividades académicas) que había observado en la calle a una mujer de avanza edad proporcionándole a su pequeño hijo un brebaje desconocido y que en cuyo recipiente me fue bastante singular: una lata de durazno en conserva. Ahora pregunto, ¿qué más se puede esperar si mientras un niño se alimenta de manera inhumana, a vista de toda sociedad, con la cara y las manos sucias y dos perros a su alrededor y mientras otros, teniendo todo lo básico para vivir (y a veces más que lo básico) rechazan un alimento que para otros de su misma edad sería el mejor festín? ¿qué tan delgada es la línea que separa la comodidad corriente de la pobreza? Y ¿qué podemos hacer para revertir este asunto?
En rigor, creo que podemos hacer poco al respecto, ya que la pobreza (lamentablemente) ha crecido notoriamente en estos últimos tiempos y más aún cuando en el actual Gobierno se dispuso tomar medidas “parches”para mitigar problemas de transporte, telecomunicaciones, educación, agropecuarios, entre otros, afectando la economía de los chilenos, esto es, los precios más altos de los productos más demandados como la leche, el pan etc. Examinemos: Una familia compuesta por cuatro integrantes (familia normal) tiene un ingreso fijo y directo de 180 a 200.000 mil pesos aproximadamente[1]. Este dinero alcanza para el alimento del mes (llenar la despensa), pagar las cuentas (agua, luz, teléfono, gas, dividendo y cable en gran parte de los sectores, del mismo modo saldar deudas de las casas comerciales), la educación de los hijos[2], ropa, salud y ciertos lujos que no figuran en la lista del mes. De este menú se sirve la clase media. Naturalmente resulta innecesario abordar la situación socioeconómica de la clase alta, pues el punto neurálgico no radica en ella, además no es nuestro objeto de interés en este ensayo. Volviendo al tema conviene nuevamente preguntar, ¿qué ingreso recibe una familia de cuatro personas o más que vive en la calle?
Lógicamente una familia que vive en la calle no posee bienes materiales y sólo dispone de recursos miserables para construir una artesanal y a veces denigrante vivienda: recoge cartones, planchas de lata, colchones deteriorados y frazadas viejas. Con estos materiales soportan el frío, la lluvia, el calor, fuertes ráfagas de viento y todo esto acompañado de hambre y sed. Por las mañanas cada uno hace lo suyo: los niños con la cotona café puesta durante todo el día, son enviados al colegio municipal[3] y los padres destinan todo el día recogiendo desechos para luego cambiarlos por dinero. Y como la recolección muchas veces no es del todo satisfactoria, deciden colocarse en los lugares con mayor influencia de público para limosnear y conseguir otro tanto para que llegada la noche, la familia reunida disfrute de un kilo de pan duro, una bolsa de leche en polvo Purita Cereal, una caja de té, un kilo de azúcar y medio de fiambre lisa o cervecero. Si sobra algún peso, los padres lo destinan en cualquier vicio: una petaca de licor barato o un paquete de cigarrillos barato (que la mayoría de estos son contrabandeados, por lo tanto, alcanza una o a veces dos). Hora de dormir, los niños acostados y con un par de perros quiltros en sus pies (así como medida de calor reemplazando la tradicional bolsa de agua o como comúnmente se conoce “el guatero”) y los señores cubren con unos delgados cartones el exterior del refugio. Y así sucesivamente éstas otras tantas familias de la calle viven actualmente: de la miseria, de la suerte, del riesgo, del sufrimiento, de la incertidumbre y de la necesidad. No tienen nada que los apoye directa y desinteresadamente[4] (como se cree pensar), no tiene acceso a derechos básicos como a un baño de agua, a un lugar donde pueden orinar y defecar tranquilamente, a una mesa y unas sillas donde puedan instalarse a comer y a tener una mínima privacidad como todo ser humano.
Es cierto que tenemos la existencia y el raciocinio, el lenguaje y la comunicación, fortalezas y virtudes pero, ¿dignidad y cultura? ¿derechos y deberes? ¿Qué ocurre con éstas dos últimas dualidades?
La verdad es que rara vez las personas se preocupan por esto, por pensar en los demás y sólo se acuerdan que existen seres forzosamente integrados en la sociedad (ya que ni siquiera son denominados habitantes y ni siquiera son tomados en cuenta para algún consenso) únicamente cuando, o los noticiarios anuncian la muerte de algún mendigo que a raíz de una hipotermia, fue encontrado en una banca de la plaza central de la ciudad, o cuando ciertos reportajes abarcan este tema mostrando la realidad de estos individuos
(naturalmente es obvio enfatizar que estos programas ganan un buen porcentaje de televidentes con estos programas, de tal manera, es una excelente idea captar la atención del público con imágenes y desgracias de otros).
Mi intención no es que, a la brevedad, corran en auxilio a estas personas, tampoco que se integren a asociaciones que cubran esta debilidad (en realidad si gustan tienen todo el derecho de hacerlo). Fundamentalmente mi objetivo es que entren en conciencia con este problema que nos concierne a todos, sin distinción de nadie, dado que en cualquier momento podemos vernos envuelto en esta situación y seremos nosotros ahora los protagonistas de esta cruda realidad. Por ello, cuando alguien nos pida una moneda[5] o cuando sintamos el fuerte aluvión de invierno (ese aluvión tan placentero que nos duerme de inmediato por las noches), sólo destinemos un momento a la reflexión, compartamos entre todos una conversación en torno a este tema y busquemos posibilidades de combatir este asunto, nuestro asunto, pues como ahora disfrutamos de un rico café y unas tostadas con mantequilla, mañana quizás comeremos un pan duro y tomaremos una especie de agua color té, sin azúcar y con la misma ropa de hace un mes.
[1] Según las últimas cifras abordadas por el INE en el consenso del año 2004.
[2] Si se tratase de una educación superior, y más aún de una Universidad o Instituto privado, el ingreso indefectiblemente es mayor y los gastos extras quedarían reducidos hasta el punto de mantener una equidad suficiente y propicia a tan altos estándares de exigencias.
[3] Por suerte allí, además de recibir un ligero conocimiento educativo, son atendidos con seguridad durante gran parte del día. Por consiguiente, reciben lo que no pueden obtener por parte de sus padres: desayuno, almuerzo y frutas al retirase del establecimiento, lo que beneficiosamente el colegio se transforma en el segundo hogar… ¿o el primero deberíamos añadir?
[4] Digámoslo de una vez, el Gobierno reacciona a la crisis de los pobres sosteniendo que “formula constantemente planes que permitan solventar las condiciones nefastas que los indigentes y las familias pobres del país sufren día a día, por lo que se están organizando comisiones y brigadas comunales brindando alimento, ropa y artículos necesarios para sobrevivir”. Sin embargo los resultados dejan bastante que desear. Sólo con preguntar a cualquiera de la calle si efectivamente ha recibido ayuda del Gobierno o de la Municipalidad y la respuesta siempre será la misma: NO (con esto podemos explicar para donde van los recursos destinados a estas causas: flamantes automóviles último modelo, dos casas, por no advertir mansiones, en la ciudad más dos en la playa y una en el campo, buen asado familiar los domingos, etc). A lo más pueden indicar que ciertos alumnos de Universidades imperiosamente católicas o de colegios bien acomodados, a menudo, visitan las calles con el propósito de distribuir café y pan. Tal vez sea loable la voluntad de estos muchachos, no obstante, representar a una corporación y señalar públicamente que “vienen de tal o cual entidad” me parece que el propósito, más que en ayuda, sea con fines lucrativos y ventajosos para la corporación que representan y los integrantes sean meros anzuelos de esta gran pesca. Propongo la idea de ayudar sin representar a nadie, ni siquiera añadir que ayudamos, pues mantendríamos la sensatez y la cordura mental y no en la presunción como muchos suelen hacerlo.
[5] Seré franco. La imagen publicitaria impuesta por la religión católica de un pobre sonriendo cuando un señor le da una moneda y, supuestamente con esto, está ayudando a Jesús Cristo, me parece un pretexto para acercar a más miembros al dogma religioso y lo pero aún, están utilizando la imagen religiosa tan valiosa para las culturas de Medio Oriente. A mi juicio, no significa que ayudar a un desamparado constituya ayudar a Jesús Cristo, ni tampoco esté aportando con alguna religión o secta. Y si mal no recuerdo la misma Biblia (ésa que tanto ha dado que hablar) enseña a sus creyentes que deben ayudar sin obtener beneficio alguno, ayudando casi de manera anónima a las causas más importantes, pues así se ganarán un lugar en el Cielo. Pero como la Iglesia y las mayoría de la religiones creen sostener una verdad absoluta, prefiero no continuar. Solo destacar que anualmente los miembros de la Iglesia católica invierte el 1% de la rentabilidad de sus seguidores y ese porcentaje va destinado a la pobreza, es decir, a la construcción de hogares, pensiones, centros de rehabilitación, comidas, prendas de vestir, etc. (De hecho prometen soluciones muy alentadoras como televisión satelital, sala de juegos totalmente equipada, baños con los respectivos calefón y tertulias magistrales por las noches) La televisión y toda su gama de artista y rostros- faranduleros conocidos por los telespectadores, anima a la gente en ayudar con la pobreza, en contribuir con una buena suma de dinero a la cuenta corriente y de colaborar inscribiéndose como socios activos de un hogar (no diré nombre, sólo hogar): ¡Vamos si son sólo cinco mil pesos! ¡Ayúdanos con esta linda causa! ¡Yo ya me inscribí! ¿y tú?- persuaden los animadores de televisión. Sin embargo aseguro que nunca se han inscrito, sólo una falacia mal dirigida y poco elocuente y peor aún, esos centros y todo el dinero invertido, son una vergonzosa estafa, ya que para hospedar allí tienen que pagar una determinada cantidad de dinero, día a día, sin derecho a nada y con un espacio notoriamente reducido, con un televisor para cientos de indigentes y con literas inestables y sucias. ¿Y ESO ES DIGNIDAD, Y ESO ES AYUDA Y ÉSE ES EL 1%?
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